"Se necesita valor para ponerse de pie y hablar. Se necesita valor para sentarse y escuchar"
Winston Churchill
La prueba más incuestionable de ello son las recientes marchas convocadas por la CNTE para oponerse a la reforma educativa impulsada por el presidente Enrique Peña Nieto y la negativa a dialogar con la organización sindical que hasta apenas ayer (21 de junio) sostenía el gobierno. "No hay diálogo respecto a ninguna reforma educativa, porque esa reforma les está ayudando al país, a los jóvenes, a los niños, a los maestros", declaró el 16 de junio el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien precisó entonces que la atención de ese asunto le concernía al titular de la Secretaría de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer.
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Lo que está juego en el conflicto CNTE vs. Gobierno Federal desborda entonces los límites del magisterio para convertirse en un problema que afecta a uno de los pilares de toda democracia: la libertad de expresión. Quienes cuestionan a los maestros que piden ser escuchados mediante marchas y platones que perturban el tránsito en la capital y en otras regiones del país olvidan que la protesta social es una forma válida de lucha para lograr en apego a las leyes que los malos gobiernos corrijan sus derroteros, un derecho humano para subsanar todo lo que se considere una injusticia; olvidan de igual forma que con independencia del mayor o menor grado de manipulación ajena a la que puedan estar sometidas tales protestas, con independencia de los eventuales daños que puedan emanar de ellas, son un síntoma evidente de que alguna enfermedad aqueja al corpus social.
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No sé a cuántos "rounds" se pactó el enfrentamiento enquistado que sostienen el gobierno mexicano y la CNTE. Poco importa. La única certidumbre valedera es que el actual parece ser el round decisivo, el que acaso defina si se mantiene o se modifica la reforma educativa promovida por el presidente Enrique Peña Nieto, el que acaso sirva para saber si la democracia mexicana alcanzará finalmente la anhelada pubertad o seguirá siendo esa democracia en blanco y negro que no conoce el matiz conciliador del diálogo verdadero.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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