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Tochimilco vive la tradición prehispánica del día de muertos junto al volcán Popocatépetl

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En las laderas del volcán Popocatépetl, el pueblo prehispánico de Tochimilco vivió el tradicional del Día de Muertos, la festividad con hondas raíces prehispánicas del 1 y 2 de noviembre.

En las laderas del volcán Popocatépetl, el pueblo prehispánico de Tochimilco -que fue conquistado por la expedición española de Hernán Cortes en 1520, en el origen del mestizaje de México-, vivió el fin de semana el tradicional del Día de Muertos, la festividad con hondas raíces prehispánicas del 1 y 2 de noviembre.

A sólo 17 km del cráter del volcán activo; y a 125 km al sureste de la Ciudad de México, en el lado oculto a la metrópoli, el pueblo cuyo significado en lengua aborigen náhuatl es En el Nido de los Conejos mostró su cara festiva en honor a sus antepasados.

Dos espléndidas construcciones ponen un marco monumental a la florida peregrinación: el más antiguo es el Templo y ex Convento Franciscano de la Asunción del siglo XVI, fundado por Fray Diego de Olarte.

Construido en la década de 1560 con elementos renacentistas y flanqueado por columnas y contrafuertes, el convento fue uno de los lugares de refugio del revolucionario Emiliano Zapata a principios del siglo XX.

Las lápidas gastadas por los siglos y las nuevas tumbas de tierra fueron adornadas con las flores de los rituales indígenas de naranja intenso del Cempasúchil, flor tradicional usada para los ornatos funerarios, y otras flores silvestres de las laderas bajo el volcán, y rociadas con inciensos de copal extraído de las resinas de los bosques de coníferas.

El otro es el Templo del Calvario de Tochimilco que domina el cementerio en lo alto del pueblo, tiene una enorme imagen de Cristo en la Cruz, una de las más grandes de México, construido sobre lo que fuera una pirámide.

Los arqueólogos creen que las piedras de ella fueron utilizadas para la construcción del templo católico que fue ricamente adornado con arreglos florales y ornamentos de papel picado con figuras alegóricas de la muerte, como esqueletos y calaveras sonrientes de la festividad.

El cementerio junto al templo de El Calvario se transformó en un lugar de peregrinación y convivencia de los deudos con sus muertos, y de las familias con sus coterráneos.

Los frailes españoles en el siglo XVI mezclaron la fiesta del Día de Todos los Santos con la tradición del festejo de los muertos, de las cuales los indígenas tenían unas seis al año. El resultado fue el sincretismo de las dos tradiciones europeas y prehispánicas, se mezclaron las dos cosmovisiones en un solo festival del Día de Muertos.

En 2003 la UNESCO distinguió a la festividad indígena de Día de Muertos como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad: "una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país."

Este fin de semana, las familias llegaron como cada año a convivir con sus muertos, compartiendo los alimentos y las bebidas favoritas de los difuntos desde la noche anterior al 2 de noviembre, tequilas y salsas mexicanas con especies en las que predominas mezclas de chiles.

La misma ceremonia ritual se repitió en todo México; y esta vez hubo en algunos casos demostraciones en memoria de los jóvenes estudiantes rurales de Ayotzinapan, Guerrero, la mayoría de origen indígenas, que fueron atacados el 26 de septiembre en Iguala, con saldo de seis muertos, 20 heridos y 43 desaparecidos.

Desaparición de estudiantes en México >>

En las casas más señoriales como en las humildes de Tochimilco, caminos con pétalos amarillos y naranja fueron trazados para orientas a los muertos en el retorno al hogar.

En las casas se montaron altares con ofrendas y fotografías de los difuntos, rodeadas de sus frutas, comidas y bebidas favoritas.

El culto a la muerte en México en el calendario mexica registra por lo menos seis festejos dedicados a los muertos, que para los antiguos mesoamericanos no tenían las connotaciones morales católicas, sin nociones de infierno ni paraíso, sin premios ni castigos, sólo distinguidas por el tipo de muerte que cada alma había tenido.

Los entierros prehispánicos han sido descubiertos con ofrendas de objetos utilizados en vida por los muertos, y otros para su camino al inframundo: flautas, timbales y sonajas, cráneos de piedra, jade, cristal, braseros, incensarios y urnas, como los recién descubiertos en Teotihuacán en el templo de la Serpiente Emplumada.

El volcán Popocatépetl o Montaña que Humea en lengua náhuatl, localizado a 70 kilómetros al sureste de la Ciudad de México, domina el pueblo de Tochimilco con sus 5.452 metros de altura sobre el nivel del mar.

El Popocatépetl tiene glaciares perennes cerca de la boca del cono, en la punta de la montaña, que ha ido cediendo por la reciente actividad que expulsa cenizas con vapor de agua, que fertilizan los cultivos de sus laderas, sembrados de manzanos, aguacates, peras, duraznos, amarantos, granadas y plátanos.

Luego de casi 50 años sin actividad, el 21 de diciembre de 1994 el volcán registró una explosión que produjo gas y cenizas a más de 25 km de distancia, y sigue activo. "Estamos acostumbrados a vivir con él, no nos hace daño," dice María Pintle, una anciana de 82 años que adornaba una de las tumbas.

La otra fiesta emblemática de los pueblos que rodean al coloso es precisamente la fiesta de San Gregorio, en la primavera, cuando los pobladores suben a llevarle música, comida, bebida y ropa al Espíritu del Volcán, llamado Don Goyo.

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