La Unión Euroasiática debe librarse del 'fantasma' de la URSS

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La integración dentro del espacio postsoviético será por lo visto el tema clave de la próxima temporada política en la región.

La integración dentro del espacio postsoviético será por lo visto el tema clave de la próxima temporada política en la región.

Ante todo, se tratará el destino de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que está centrando la atención debido a la situación en Afganistán y su influencia sobre Asia Central.

Se habló mucho de la crisis de la alianza a raíz de la declaración de Uzbekistán de que abandonaba la OTSC. En realidad este hecho no fue fatal: al contrario, hizo la situación más sencilla, puesto que Tashkent ya llevaba tiempo bloqueando todos los esfuerzos para la profundización de la cooperación político-militar. Sin embargo, la OTSC sigue con sus problemas, el principal de los cuales es la falta de entendimiento común y único de los principios de funcionamiento de la organización y de las razones para su intervención militar. Los esfuerzos de Rusia de los últimos dos años por ahora no han movido la situación de esta vía muerta.

El segundo tema en la agenda de los próximos meses será la Unión Euroasiática. Primero, porque Vladimir Putin al volver a la Presidencia, lo calificó como tema primordial, dedicándole su artículo del programa electoral en octubre de 2011.  En segundo lugar, porque la integración europea está experimentando grandes dificultades y en próximos años seguramente ni querrá ni podrá prestar atención alguna a sus vecinos orientales.

Es decir, los países que aspiraban a establecer relaciones institucionales con la Unión Europea (UE) en el futuro, ahora no tienen ninguna oportunidad para ello. Lo más probable es que en los próximos meses la Europa común de hoy no logre evitar el proceso de fragmentación en grupos de países con diferentes derechos y posibilidades, lo que comprenderá la revisión de las bases de integración. En tercer lugar, en otoño se celebrarán las elecciones en Ucrania, de cuyos resultados dependen muchas cosas.

Es muy probable que después de las elecciones las relaciones entre Kiev y Europa empeoren aún más, ya que en la UE ya han dado a entender que no reconocerían como legítimas las elecciones sin la participación de la encarcelada exprimera ministra Yulia Timoshenko. Esto significa que Kiev tendrá que revisar sus metas y considerar las propuestas de Rusia sobre la cooperación más estrecha que aún quedan vigentes.

La situación para el proyecto de la Unión Euroasiática resulta bastante beneficiosa. Sin embargo, si la analizamos surgen dudas de que esté lo bastante bien pensada y formulada como para servir de estructura sustentadora para la reintegración del espacio post soviético.

Por empezar, su denominación induce en error. Los partidarios de la idea euroasiática, conforme a la cual Rusia es una civilización única opuesta a Europa y con la misión de unir los enormes espacios de Eurasia, aplaudieron la idea de Putin con entusiasmo. Sin embargo, nada de lo que hemos oído por ahora de la Unión Euroasiática alude a la metafísica al estilo de los filósofos rusos del pensamiento euroasiático del siglo pasado o a la del ideólogo contemporáneo de este pensamiento, Alexandr Duguin. Se trata más bien de adaptar los enfoques europeos al espacio post soviético contemporáneo.

El proyecto de la Unión Aduanera, que ha de convertirse para el año 2015 en la Unión Euroasiática, se enfoca no a Eurasia en general sino en un solo país concreto, ubicado en Europa, que es Ucrania. La adhesión de Kiev a los tres países miembros (Rusia, Kazajstán, Bielorrusia) cambiará el formato de la organización. Ucrania, con su mercado amplio y economía diversificada con buen potencial, convertiría la organización en una estructura seria que todos tendrían que tomar en consideración. Los propios territorios euroasiáticos, me refiero a Asia Central, parecen de poco interés para los promotores del proyecto. Desde el punto de vista económico, los candidatos más probables (Kirguizistán, Tayikistán) traerán junto con sus dividendos muchos problemas. Por eso es posible que el único actor euroasiático durante mucho tiempo siga siendo Kazajstán, rico en materia prima y capacitado. 

Además, los promotores del proyecto no dejan de sobresaltar que la Unión Euroasiática no es una estructura cerrada, sino un elemento del futuro espacio común, desde Lisboa hasta Busan, que unirá todos los mercados, del europeo al del Pacífico. La Unión Euroasiática se desarrollará a través de la aduanera. El objetivo es ampliar los mercados y restablecer una parte de los vectores de producción destruidas con la caída de la URSS, y el medio es la reproducción en este territorio de los principios de la integración europea de la segunda mitad del siglo XX. La idea es bastante razonable y puede tener perspectivas.

Pero por desgracia los arquitectos del proyecto carecen de una imagen precisa. Cuando hay una forma sin contenido, va absorbiendo lo que esté en el aire. Y la atmósfera en Rusia está aún llena de retórica prosoviética matizada por nostalgia (en algunos casos sincera, en otros artificial) por la superpotencia perdida. Los iniciadores de la Unión Euroasiática carecen de un lenguaje que represente esta estructura como contemporánea, de cara hacia el futuro. Aún no se ha formado un cuadro íntegro ni en lo que a los valores comunes para los aliados, ni en lo que a los intereses geopolíticos comunes se refiere, por eso los argumentos que se esgrimen se limitan a los recuerdos de un pasado idílico.  

Pero las demás ex repúblicas soviéticas no comparten estos sentimientos de Rusia sobre el pasado. Claro que en cualquier país postsoviético hay quienes han perdido mucho en los últimos 20 años y optan por volver a la época soviética. Pero a medida que crezcan las nuevas generaciones, que ya no recuerdan este feliz pasado, disminuirá el número de personas que lo echan de menos. Y es cierto que los líderes de las ex repúblicas no están interesados en su propia deslegitimación, por lo cual  nunca permitirán que crezcan las voces de esta nostalgia. Mientras, la particularidad de la integración euroasiática consiste en que depende aun más que la europea del consenso entre las cúpulas dirigentes. No es razonable repeler a los socios por el regreso al viejo sistema de relaciones “centro-periferia”. Tanto más si Moscú no piensa en restablecer la URSS, y las emociones y argumentaciones que se observan no aparecen sino por falta de otras.

Si el proyecto de la Unión Euroasiática sigue desarrollándose (y la voluntad política para promoverlo es muy fuerte) es posible que la forma adquiera un contenido más preciso, y las ventajas posibles para los participantes los impulsen a buscar una base ideológica. Pero por ahora la Unión Euroasiática es una ilustración del estado intermedio de la conciencia rusa, que aunque está alejándose de la ideología imperial, no puede y no quiere reconocerlo.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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