Busco trabajo en Nueva York

© RIA NovostiOlga Kryndina
Olga Kryndina - Sputnik Mundo
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Hace tan solo unos meses ni pasaría por mi mente que yo misma, por propio pie y voluntad, iría a un restaurante a pedir empleo.

Hace tan solo unos meses ni pasaría por mi mente que yo misma, por propio pie y voluntad, iría a un restaurante a pedir empleo. Aunque la situación no era tan dramática y aún me quedaba suficiente dinero, decidí probarme de camarera.

¿Por qué no? Ningún trabajo es malo y son muchos los que empiezan su vida en Nueva York trabajando de meseros.

En fin, una tarde, harta de enviar esas cartas de presentación con el “Dear Hiring Executive”,  descubrí un restaurante ruso a dos pasos de mi apartamento en Manhattan.

Acababa de abrir hace unos meses, pero ya tenía numerosas buenas referencias, aparentemente de clientes (no me creo tan ingenua para pensar que ninguno de esos elogios haya sido escrito por los propietarios mismos o por sus empleados).

Una sonriente rubia me saludó en ruso a la puerta.

“¡Buenos días! ¿Necesitan una camarera?”, le respondí sin rodeos.

“Sí. Ven el viernes por la tarde a hablar con el gerente”, me dijo.

Volví el viernes,  me presentaron al gerente y quedamos.

Lujoso y elegante de tarde, por la noche el restaurante sufría un cambio licantrópico, transformándose en un bar-discoteca de música estridente y danzas eróticas en la barra.

La clientela era la más variada, rusos y americanos, de diferente edad y estatuto social; parejas románticas que intercambiaban tiernas miradas en su primera cita; compañías de amigos que a todo lo grande y abundantes tragos festejaban un cumpleaños; propietarios de otros restaurantes que venían a estudiar la competencia; estudiantes escasos de medios que aprovechaban las ofertas de descuentos en la cena.

Grupo aparte eran los hombres calvos y barrigudos, embutidos en chaquetas de cuero y acompañados por jovencitas tipo modelo, a veces increíblemente lindas, con minifaldas que multiplicaban sus kilométricas piernas, resaltadas por decimétricos tacones de aguja.

La primera noche me dio lección de las sorpresas que depara la vida. El ayudante de cocina que gana su pan decorando con zarzamoras los trocitos de “medovik” (pastel tradicional ruso de miel) y doblando artísticamente los crepes de caviar, antes había tenido su propio restaurante en Nueva York.

Y también otra lección, de estereotipos rotos, al ver a tres chinos de 21 años recién cumplidos (edad a partir de la cual se puede legalmente adquirir alcohol en EEUU) que no paraban de pedir vodka. Al lado, en otra mesa, una compañía de rusos  tomaban a sorbitos un lujoso vino.

Resumen, entre el  sinfín de bares, restaurantes y cafeterías de Nueva York el empleo de camarero es una oportunidad para el inmigrante desesperado por conseguir empleo. También de conocer la otra cara de la Gran Ciudad.

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