Corre, Edward, corre

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Aquí tienen, estimadas damas y caballeros, una manera infalible de hacerse famoso en un abrir y cerrar de ojos: desvelar secretos.

Aquí tienen, estimadas damas y caballeros, una manera infalible de hacerse famoso en un abrir y cerrar de ojos: desvelar secretos.

Para ello no es necesario conquistar a una princesa de belleza deslumbrante bella ni protagonizar una película de Hollywood, ni ganar en la lotería el premio Gordo ni descubrir el tratamiento de una enfermedad terminal. Nada por el estilo. Porque hoy en día el mejor modo para conseguir la fama es revelar algún secreto del Gobierno estadounidense, por supuesto, en caso de conocer alguno.

El primero fue Julian Assange. Más tarde nos enteramos de quién era su fuente de información. Y ahora el mundo entero está pendiente del destino de Edward Snowden, responsable de filtraciones de programas secretos de vigilancia de la CIA.

Todo parece indicar que EEUU acabará ostentando el título de “fábrica de grandes filtradores”. No es nada bueno para el país ¿y para la gente? Sería difícil contestar a esta pregunta.

Al enterarme de la existencia de Edward Snowden me acordé de otro hombre de la misma nacionalidad que amplió considerablemente nuestra visión del mundo: el entonces director adjunto de FBI, William Mark Felt, recordado por los conocedores de la política como Garganta Profunda.

Recordemos qué ocurrió hace cuarenta años. Después de la muerte en 1972 de Edgar Hoover, quien había ocupado durante años el puesto de director del FBI, pasó a ser considerado el número dos de la organización, mientras que de hecho la dirigía. El oficial director Patrick Gray estaba ausente con tanta frecuencia que el personal le puso el hiriente sobrenombre de “director de tres días”.

Felt aprovechó la ausencia del jefe muy a su manera. Era aparentemente leal a la Administración del presidente Richard Nixon, pero hizo de fuente, de allí el apodo, para el periodista del diario The Washington Post Bob Woodward. A través de él le reveló al mundo todos los detalles del escándalo de Watergate relacionado con el espionaje telefónico contra el Partido Demócrata. Escándalo que acabó con la carrera de Richard Nixon y cambió de forma radical la actitud de los estadounidenses hacia su gobierno.

Ambas figuras, la de Mark Felt y la de Edwar Snowden, se parecen en muchos sentidos: los dos actuaron a través de The Washington Post y los dos informaron a la sociedad de los intentos de la Administración de conocer secretos ajenos.

Sin embargo, existen algunas diferencias cruciales: Felt no reveló su papel en la caída de Nixon hasta 2005. Y disfrutó durante tres décadas de la sensación de haber actuado de la forma correcta. Verdad es que sus filtraciones afectaron a mucha gente, pero era un castigo bien merecido. Antes del Watergate los servicios secretos de EEUU se creían con derecho de actuar según les parecía conveniente. Después de la dimisión de Nixon en 1974 ya no podían sentirse tan seguros. Y su deber de rendir cuentas ante el Congreso y la sociedad empezó a cumplirse, de acuerdo con la Constitución.

Edward Snowden asegura guiarse por los mismos motivos, los principios morales. Sin embargo, por muy amplias que sean las potestades de los servicios secretos, no compararía a Snowden con Felt.

Siendo un periodista, debería luchar para que todo lo secreto se haga público, pero la argumentación de la Administración de Obama me hace pensar. Vivimos en un mundo donde en cualquier momento pueden tener lugar terribles atentados terroristas. Seamos sinceros, las escuchas telefónicas en gran medida ayudan a prevenir este tipo de tragedias.

Sé perfectamente por qué las autoridades rusas no descartan la concesión de asilo político a Snowden. Sería una forma de respuesta a las constantes amonestaciones por parte de Washington. Y desaprovechar semejante oportunidad es una tentación difícil de resistir.

¿Y qué pasaría si Edward Snowden fuera ciudadano ruso y hubiera revelado un secreto de Estado? Estoy más que seguro de que le someterían a una persecución no menos intensa que en EEUU.

No sé si habría que considerar a Edward Snowden un héroe o un joven arrogante que ha actuado sin haber calculado las consecuencias de sus actos. Los servicios secretos han de ser controlados, de ello no cabe la menor duda. Y Snowden con sus filtraciones ayuda a que no se excedan. Pero, ¿no ocurrirá que por su afán de justicia los grupos terroristas cambien de táctica y logren burlar a los servicios secretos? ¿Y si en alguna parte del mundo sonara una explosión que pudo haber sido prevenida?

No me gustaría asumir una carga de responsabilidad tan pesada. No me gustaría ser Edward Snowden. El propio Edward ya ha hecho su elección, de modo que, corre, Edward, corre. La estela de “inseguridad moral” irá detrás de ti durante toda tu vida, porque no se puede escapar de determinadas cosas.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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