¿Los últimos días de Gutenberg?

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Leonardo Padura - Sputnik Mundo
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Ya nadie puede negar que estamos viviendo en una nueva era. Quizás la fecha del cambio se pueda ubicar entre 1989, con la caída del Muro de Berlín y sus consecuencias políticas y el atentado del 11-S de 2001 a las Torres Gemelas neoyorkinas, dos acontecimientos de repercusiones globales.

Ya nadie puede negar que estamos viviendo en una nueva era. Quizás la fecha del cambio se pueda ubicar entre 1989, con la caída del Muro de Berlín y sus consecuencias políticas y el atentado del 11-S de 2001 a las Torres Gemelas neoyorkinas, dos acontecimientos de repercusiones globales. Pero lo cierto es que a partir de esos años, pletóricos de cambios políticos que conmovieron al mundo, se produjo también un salto en la evolución de la sociedad humana que, mal y pronto, podríamos definir como el paso de la era moderna (o postmoderna) a la era digital. Porque definitivamente estamos viviendo en un entorno social diferente, que se modifica cada día, con una velocidad de traslación y rotación que solo algunos adictos a la tecnología pueden seguir en todas sus variantes y capaz de afectar prácticamente cada elemento de la vida moderna, desde el comercio y la política, hasta las relaciones personales y... el destino del libro, lo cual no es poca cosa.

Como escritor, por supuesto que una de las mutaciones que más me interesan y afectan es la que se está desarrollando a velocidad de vértigo precisamente en el mundo del libro y que va desde la misma escritura hasta la edición, la circulación y venta del producto literario y sus modos de ser consumido. Si hace veinte años los escritores descubrimos las maravillosas posibilidades y facilidades que nos ofrecía el trabajo con un procesador de textos, hoy ese paso gigantesco es apenas la parte diría que “mecánica” de la entrada de las nuevas tecnologías en los territorios de la literatura y su relación con  el mercado.

Libreros en peligro

En la más reciente Feria del Libro de Frankfurt, la mayor vitrina de la literatura que se hace en el mundo, los clamores acerca de la profundidad del cambio han llegado a escucharse con acordes de marcha fúnebre para lo que fue, durante dos siglos, el modo de producción y distribución del libro y, por tanto, de una parte mayoritaria de la trasmisión del ate literario y el conocimiento. Porque hoy no solo están en peligro de extinción el libro de papel como soporte, sino toda una serie de condiciones y presencias que han acompañado su existencia, como lo son el editor, el distribuidor y ese amable librero que era capaz de recomendar lecturas según los gustos conocidos de sus fieles clientes.

En los dos, tres últimos años se ha hecho patente que la opción de la autoedición de textos, sin mediación de editores y destinados en lo fundamental para ser leídos en artilugios digitales y comercializados a través de la red, ocupa cada vez mayor espacio en el cada vez más caótico universo de lo que es posible leer... y se lee. Aunque esta modalidad abre una nueva posibilidad a autores noveles o simples aficionados, a académicos y especialistas con difícil acceso a editoriales comerciales o incluso universitarias, lo dramático es que esos autores en muchos casos están exigiendo mayor presencia y representatividad, dos condiciones que encuentran entre sus colegas y entre los cada vez más adictos usuarios de soportes digitales. Y lo trágico es que en función del negocio, para no perder el filón comercial, diversos grupos editoriales les están abriendo sus puertas... también digitales.

Adiós al editor

La eliminación del editor, una maniobra que para muchos es casi una bendición, encierra sin embargo una trampa que puede no tener fondo. Porque desde que en el siglo XIX cuando se patentó el modelo de mercado editorial que con pocos cambios existió hasta ahora, la figura del editor y el respaldo de un sello editorial, mal que bien significaban una legitimación de la obra y el autor por ellos respaldados. Esa legitimación le ofrecía al lector una garantía mínima –a veces hasta máxima- de seriedad y calidad, con independencia de los diversos gustos personales.

Pero sin ese mediador más o menos confiable, sin el librero atento a nuestras preferencias, con una crítica de blogs y twits que cualquier hijo de vecino ejerce alegremente... ¿quién nos conducirá en el cada vez más proceloso y superpoblado mundo de los libros que cualquier entusiasta de la literatura lanza al ciberespacio?...

Lo más complicado de este proceso, lo que con más asombro nos llegó como ecos de Frankfurt, fue que muchas de las grandes y en ocasiones hasta prestigiosas editoriales del mundo –especialmente norteamericanas- se han sumado ávidamente al negocio de apoyar la autoedición como forma de mantenerse vivas en el negocio. Un gigante editorial como Penguin dio el paso hace un año cuando pagó alrededor de 100 millones de dólares por la plataforma Author Solutions, considerada la más recurrida por los auto-autores, al punto de que, según he leído en un artículo reciente, tiene un catálogo de 150 mil firmas, y han publicado cerca de 200 mil títulos, la mayoría en formato digital. El proceso es tan violento y vertiginoso que en Estados Unidos se calcula que la cifra de volúmenes autoeditados creció casi el 60% en el último año. Mientras tanto, fungiendo en el rol del librero del pasado pero con mayor intención comercial, Amazon ha divulgado que entre los libros más solicitados a su tienda, alrededor de un 20% son textos autoeditados, mientras Kobo Writing Life, también según lo leído, cuenta ya con 30 mil autores y unos 100 mil libros en su gestión de autoedición.

Far West literario

Como opción para liberación de necesidades creativas y comunicativas, o incluso para satisfacer sueños intelectuales de los individuos, la solución de autoeditar libros (que siempre existió cuando todos los libros eran de papel) no constituye una alteración esencial en el movimiento de textos e ideas. El problema hoy es la relativa facilidad con la que se “producen” escritores, como clones o virus, en proporción geométrica y sin un mediador capaz de medir calidades o capacidades. La democracia del universo digital, tan necesaria como concepto, puede y, de hecho, derivará en un libertinaje en cuyo océano infinito navegarán todos los barcos que, con la simple voluntad de crearlos, los escritores del futuro soltarán, sin que nadie revise la calidad de la embarcación. Y en ese mar proceloso y superpoblado, ¿quién nos ayudará a orientarnos? ¿Todos flotaremos juntos: escritores de verdad, escritores de deseo, escritores de vanidad y todos los que pretendan y se propongan serlo por la razón que fuere?

Ese el es panorama. Hacía ese mundo con muy pocas leyes, como el Far West, va la literatura en estos tiempos en que estamos asistiendo a los días finales de la era de Gutenberg.

*Leonardo Padura, uno de los novelistas escritores más prometedores e internacionales de la lengua española. La obra de este escritor y periodista cubano ha sido traducida a más de una decena de idiomas.

Premios Hammett, Nacional de Literatura de Cuba, Raymond Chandler, Orden de las Artes y las Letras (Francia) 2013.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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