La vida de cartel, idilios que no consiguen ocultar la realidad soviética

© RIA Novosti . Vitalii Karpov / Acceder al contenido multimediaEl partido es la razón, el honor y la consciencia de nuestra época (1958)
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En la Rusia de hoy, los carteles soviéticos se han convertido en un símbolo más del pasado. Su ingenuo ímpetu propagandístico despierta en los rusos nostalgia e ironía, invocando recuerdos del pasado o tiempos que conocen por los relatos de sus padres y abuelos.

En la Rusia de hoy, los carteles soviéticos se han convertido en uno de los símbolos del pasado. Su ingenuo ímpetu propagandístico despierta en los rusos nostalgia e ironía, invocando recuerdos del pasado o tiempos que conocen por los relatos de sus padres y abuelos.

La vida que muestran -pulimentada y llena de fervor y entusiasmo- sin duda nunca existió. Sin embargo, su ardor propagandístico que realza algunas costumbres e intenta prohibir otras, sin quererlo, deja entrever las realidades sociales de la Unión Soviética. La reconstrucción que sigue no pretende ser exhaustiva ni objetiva. Es un intento, no más, de acercarse a una sociedad que ya no existe. El lector perdonará la licencia de traducir -a veces literalmente- los eslóganes que en ruso en su mayoría se basan en la rima o un juego de palabras.

Los carteles pretenden reglamentar todos los asuntos de la vida cotidiana desde la más tierna edad. Los felices nacen bajo la estrella soviética, reza uno mientras que otro enfatiza: Los niños son la felicidad de la familia y el futuro del país.

Estos seres felices han de comportarse bien: Consigue que todas tus notas sean sobresalientes o la imagen de un niño que retiene el brazo de otro que se prepara para lanzar una piedra, probablemente, para romper un cristal y le dice Ni te atrevas. Al fin de cuentas, son boy scouts  soviéticos, o pioneros, y deben servir de ejemplo ya que son los futuros constructores del comunismo: Pionero, aprende a luchar por la causa obrera, les recuerda otro cartel. Otros avergüenzan a los holgazanes: en uno se puede ver una niña antipática que declara “No son asuntos míos” a su abuela que friega el suelo. No olvidemos que la pereza era uno de los peores pecados para el Estado de obreros y campesinos que elogiaba el trabajo.

Otros adoctrinan a los padres de las más diversas maneras, desde el lema trivial de Padres sanos, vástagos sanos a una manifestación de bebés con pancartas que exigen: ¡Padres sanos! ¡aire limpio y luz! ¡pecho materno! ¡pañales limpios y secos! ¡protección de las moscas! ¡obstetras y no comadres!. Otros se alzan en contra de la violencia doméstica: Basta de palizas y de castigos a los niños en la familia, Mejor comprar un libro a los niños que regatearles y pegarles o No pegues al niño: atrasa su desarrollo y estropea su carácter. Hay uno que refleja la triste realidad de la pobreza de los años de después de la revolución: Madres, no abandonen a sus hijos. Vayan a los soviets de ayuda social, allí les ayudarán.

También impresiona una niña que mira fijamente a los ojos del espectador: Mi felicidad depende de vuestros éxitos. Para lograr esos éxitos los padres debían estar en el trabajo. Las leyes soviéticas prohibían el parasitismo y las mujeres debían tener empleo. Por tanto, los carteles promueven activamente las instituciones infantiles: Por todas partes abriremos jardines infantiles, iluminados, bonitos, a fin que los niños soviéticos crezcan alegres y felices, afirma uno, mientras que otro reconoce que Los tractores y las casas-cunas son los motores de la nueva aldea.

Persiguen el mismo objetivo los carteles Fuera la esclavitud de la cocina, viva el nuevo modo de vida.

Una enorme cantidad de carteles estaba dedicada a “plagas sociales” como el alcoholismo o el tabaquismo, dejándonos así entrever la envergadura que tenían. Para, no bebas más, ruega un eslogan. Otro, recurre a la ironía mostrando a dos cerdos: Y aún dicen que nosotros somos los cochinos.

Tampoco falta la lucha contra el analfabetismo, uno de los mayores retos que afrontó el Estado soviético en los primeros años de su existencia. ¡Mujer! Aprende a leer, dice un cartel, en el que una niña dice: Mamá, si supieras leer me podrías ayudar con los deberes.

Un cartel advierte que El analfabeto es como un ciego, por todos lados le acechan fracasos y calamidades, otro pretende asustar con que Si no lees libros, olvidarás cómo se hace.

La propaganda soviética también moviliza en contra de su rival ideológico, la religión: El sectario es una marioneta del kulak, dice un cartel de los tiempos cuando la lucha contra el clero coincidió con la batalla contra los campesinos hacendados, a los que la propaganda soviética tildaba de kulak, puño cerrado en ruso. Desenmascarad los engaños de los sectarios gracias a la pluma del comité obrero y la luz de la ciencia, exhorta uno más. Otro, de los mismos tiempos, con una iglesia y Cristo y detrás un kulak que pretende cazar a un campesino, resume: ¡Basta de engaños! ¡Ni un solo ausentista el Día de la Pascua!, insiste otro, empeñado en convencer a la gente en no faltar al trabajo en los días de fiestas religiosas.

Los carteles soviéticos, producto de un Estado paternalista que decidía por el ciudadano, siguen cautivando la atención. Sus sermones han quedado obsoletos, pero desde su ingenua sencillez nos sigue fascinando el falso pero tan atractivo idilio soviético.

 

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