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El 2 de junio de 2014 hemos perdido a nuestro compañero Vicente Arana, una de las voces más carismáticas, sinceras y penetrantes de Radio Moscú para España.

Tuve mucha suerte, cuando un día del lejano 1978, en el Centro Español de Moscú, él me propuso acercarme por los estudios para hacer unas pruebas ante el micrófono. Aquella invitación cambió toda mi vida. No solo me abrió la puerta a este apasionante mundo de sonidos, letras, noticias y pasiones que se convirtió en mi razón de ser. También me regaló a un maestro, a quien le debo todo o casi todo como profesional, y a un amigo, que mucho contribuyó a mi formación como persona.

Arana era todo nervio y pasión, hombre sin compromisos para el que existía el blanco de la esperanza y el negro de la derrota, pero que detestaba y jamás aceptaba el gris del conformismo. Romántico y sentimental y, en igual medida, categórico, rotundo, intransigente e iracundo.

“Tiene ángel”, o “tiene duende”, solía decir Vicente para definir a algún artista. Ángel y duende convivían en él y en sus obras.

Hoy, junto a él, recuerdo las melodías que escuchamos juntos, que me enseñó a disfrutar  y que quedaron grabadas en mi mente con el valor añadido de sus comentarios, basados en la experiencia de sus años de estudio en uno de los centros docentes musicales más prestigiosos de la Unión Soviética. También recuerdo sus jugosos comentarios de poesía, que alimentó el Instituto de Literatura, la forja de poetas y escritores soviéticos que contribuyó a convertir a Arana en brillante traductor al castellano, sin duda uno de los mejores, de la poesía rusa y ucraniana.

Pero casi más valioso fueron las largas e interesantísimas charlas y paseos con un gran hombre y poeta, como lo fue Vicente, que sabía darle un mágico toque a lo cotidiano para convertirlo en poesía.

“El sol duerme con los ojos abiertos”, para mí, nadie definió mejor que él la vaga y fría pero tan añorada luz que allá por el mes de marzo viene a romper al fin la monotonía gris del invierno ruso.

Gran maestro y catador de las letras, la poesía, la música y las artes en general, tenía el don de compartir y contagiar su amor y entusiasmo. Un buen tabaco, un sabroso coñac o café-café, como él decía en aquellos tiempos de sucedáneos, los compartía con el mismo gusto que un poema, un fragmento de algún compositor favorito o alguna der sus vivencias que lamentablemente no llegó a plasmar en el libro que toda su vida quiso escribir.

Su vida, desde niño que partió de Bilbao hacia la lejana URSS, donde en las gélidas estepas del Volga vio los destellos de la batalla de Stalingrado y luego, ya estudiante, vivió las esperanzas del “deshielo” de Jruschov, la desilusión del “estancamiento” de Brezhnev y el comienzo de la “perestroika” de Gorbachev en la que, creo, nunca llegó a creer.

Recuerdo ahora su relato de las últimas horas con su madre, antes de zarpar de un Bilbao que parecía querer guardarse bajo la noche de los bombardeos franquistas. Camino al puerto, el milagro hizo que en plena noche un fotógrafo aguardase a las puertas de su estudio para grabar la foto de dos niños para una madre que no volvería a verlos durante largos años. Pero antes, la madre ensalivó la mano y la pasó por el cabello de sus hijos. “Para que quedéis guapos”, dijo, y esa sería la última frase que recordaría Vicente a miles de kilómetros de Bilbao.

Luego, cuando aún no le permitían volver a España, viajaría a Francia para volver a reunirse con sus familiares y también para acercarse sin poder alcanzar el país que tanto añoraba, aunque, como él diría, “entre frontera y frontera no cabía el grito de un pájaro”.

Luego, al fin, volvería a España y, frente al Museo del Prado, se sorprendería al a chiquillería encaramada en el monumento de Velázquez y con un fugaz discurso sobre la grandeza del genio lograría bajarles de la estatua para escucharle con la boca abierta.

Ya decía, a Arana le encantaba compartir lo que a él gustaba. La Voz de Rusia, heredera de la Radio Moscú donde él trabajó tantos años, recordó a nuestro compañero y maestro compartiendo con los oyentes uno de sus mejores trabajos, el programa "Balada del divino instante" basado en las magníficas traducciones de Pushkin y Antokolski que nos dejó.

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