Un mexicano y el “Día D”

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En Sassy, una pequeña comuna francesa perteneciente a la región de la Baja Normandía, está enterrado el aviador mexicano Luis Pérez Gómez.

“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”.

François Mauriac

 

En el cementerio de la iglesia de Sassy, una pequeña comuna francesa perteneciente a la región de la Baja Normandía, está enterrado el aviador mexicano Luis Pérez Gómez. La suya es de esas memorias a las que preserva del olvido su vínculo imperecedero con la Historia.

Por estos días en que el mundo conmemora el aniversario 70 de la “Operación Overlord”, denominación en clave del desembarco en Normandía de las tropas aliadas, el 6 de junio de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, su nombre cobra una notoriedad no por circunstancial menos relevante: el teniente Luis Pérez Gómez, del escuadrón 443 de la RCAF (Real Fuerza Aérea Canadiense, por sus siglas en inglés), número de servicio J/29172, fue el único mexicano presente en aquella gesta en la que perdió la vida cuando aún no cumplía 22 años. Sin embargo, aquel 16 de junio de 1944 en que su avión Spitfire fue derribado por la artillería nazi no sólo se truncó una vida: también se interrumpió una historia de amor.

© Foto : Walter EgoLa tumba del aviador mexicano Luis Pérez Gómez
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La tumba del aviador mexicano Luis Pérez Gómez

Luis Pérez Gómez nació en Guadalajara, estado de Jalisco, el 8 de octubre de 1922. En aquellos años tempranos de la aeronáutica no resulta esquivo suponer que su sueño era ser aviador y navegar por los cielos como sueñan los niños de hoy con ser astronautas y viajar a las estrellas. Pero Luis no se limitó a soñar: a los 19 años dejó la casa natal y se dirigió a la ciudad de México a convertir en realidad su anhelo.

Si bien la oposición paterna no desbravó su impulsó juvenil, la falta de dinero a punto estuvo de hacerlo desistir de aquella quimera alimentada por los soldaditos y avioncitos de plomo de sus juegos de niñez. La guerra, esa misma guerra que habría de costale la vida, fue en extraña paradoja su salvación. Luis supo que en Canadá podía preparase en la Real Fuerza Aérea Canadiense sin pagar un centavo y hacia allá partió con apenas unos pesos en el bolsillo para estudiar inglés en la Ottawa Technical High School y unirse a la RCAF, en cuya escuela ingresó cuando apenas sí tenía 20 años gracias al apoyo de un diplomático mexicano.

Y todo comenzó bailando…

En Ottawa, Luis Pérez conoció a Dorothy O'Brien, la hija de un doctor canadiense, una adolescente de 16 años con dos pasiones que en el fondo son una sola: bailar y el patinaje artístico, otra forma de expresarse mediante la danza. Por esos guiños del destino los jóvenes se conocieron en un baile.

Y como al apuesto mexicano se le daban muy muy bien los pasos del tango sólo fue cuestión de tiempo para que se convirtiera en maestro de Dorothy en esa danza latina tan sensual y, finalmente, se enamoraran. De ahí que no extrañe que el día de su graduación como piloto, con excelentes calificaciones por demás, Luis le pidiera a Dorothy que fuera su acompañante; de ahí que no extrañe que el día antes de partir a la guerra hacia fines de 1943 la invitara a cenar y a bailar en el Château Laurier.

Fue la última vez que se vieron, una noche en la que Dorothy O'Brien y Luis Pérez fueron protagonistas indiscutibles por sus habilidades dancísticas, al punto que los demás bailadores le abrieron paso y les dejaron toda la pista para que se lucieran. Una noche, también, que a pesar de los años, a pesar de aquellos dos escuetos telegramas que recibiría medio año después pues Luis la había señalado como su pariente próximo –“desaparecido en combate” / “muerto en combate”–, a pesar de su vida ulterior como la esposa de Denis Pratt, un comandante naval retirado con el que tuvo tres hijos, Dorothy O'Brien no olvidaría jamás.

En el año 2001, junto a su esposo, Dorothy visitó la tumba de Luis Pérez Gómez. Supo entonces los detalles de su muerte diez días después del desembarco de los aliados en Normandía el famoso “Día D”, de cómo los habitantes de Sassy lo sepultaron como uno de los suyos para evitar que los soldados alemanes se llevaran el cuerpo, de cómo al final de la guerra la “Commonwealth War Graves Commission” decidió que lo mejor era dejarlo allí enterrado, si bien para perpetuar su recuerdo se colocó una lápida que lo identifica y le rinde homenaje, junto a la de otro piloto, de origen canadiense, cuya identidad no se ha podido establecer aún.

Como piloto de guerra, Luis Pérez Gómez –cuyo nombre lleva a la fecha la plaza principal de Sassy– seguramente sabía que “Día D” remitía al nombre usado comúnmente por los militares para aludir al día de inicio de una acción de combate; me gusta imaginar, no obstante, que en su mente esa “D” significaba para el mexicano el recuerdo indeleble de aquella Dorothy a la que con el baile, que es otra forma de volar, supo rendir de amor, y de paso, con su heroica muerte lejos de casa, perpetuar también para siempre, pues como escribiera el poeta e historiador francés Alphonse de Lamartine “a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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