Los evangelios chiquitos

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Para conocer de veras a un pueblo hay que ahondar en su folclor, sobre todo en los proverbios y refranes.

 “La tierra será como sean los hombres
(del náhuatl “Tlalticpac toquichtin ties”)

Para conocer de veras a un pueblo hay que descifrar cómo se percibe a sí mismo, ir más allá de toda historiografía –la oficial, la de los excluidos– cuyo imperturbable recuento de efemérides sólo fija unas memorias en las que no se alcanza a percibir el latido que motiva a sus protagonistas.

Para conocer de veras a un pueblo hay que ahondar en su folclor, sobre todo en esas cápsulas de ingenio, sabiduría y experiencia centenarias que constituyen los proverbios y refranes que la paremiografía compila y la paremiología estudia, un patrimonio que en el caso de México sirve para explicar lúcidamente las circunstanciales vitales, pasadas y presentes, de un país tan diverso como único.

Fincados en una tradición secular unos, de una temporalidad más cercana otros, las paremias mexicanas son la expresión mejor de una psique plural que explica alientos y renuncias y devuelven al estudioso la esencia de un pueblo en el que conviven, amalgamados, resignación y esperanza, solidaridad y egolatría, devoción y pragmatismo.

De aceptarse que “los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos” ha de aceptarse también la certidumbre de los modelos de conducta que cual mandamientos terrenales proponen algunas de tales expresiones, como aquella que postula que “el que no transa no avanza”, de una ética ciertamente cuestionable pero cuya moralidad sustenta el proceder de muchos mexicanos y revela una triste resignación que la fría numeralia de las estadísticas cuantifica: la corrupción como una de las enfermedades puntuales del México contemporáneo, una corrupción desaforada y visible –“puedes esconder la mano que roba, pero no la mano que gasta”, pues “el dinero y lo pendejo no se pueden ocultar”– hija de un perverso culto a la riqueza condensado en el “tanto tienes, tanto vales” que a muchos desencamina, ya que en el afán de no ser sólo de aquellos que “comen frijoles y eructan pollo” se autoconvencen de que “no es vergüenza robar sino que te agarren”.

Atavismos culturales que perviven en el México de hoy, como la discriminación por razones de etnia o sexo, se pueden rastrear en expresiones populares cuyo uso presente acaso no pretenda promover el estigma que de ellas dimana. Reprobar la confianza depositada equivocadamente en una persona con el “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre” puede que no defina como racista al que la emplea, pero sí revela al indígena como depositario de una deshonra consuetudinaria que lo ha condenado a ser actor de segunda en el drama social mexicano. Lo mismo ocurre con “mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin”, cuya anacrónica misoginia no se diluye del todo en la elegancia del dicho y la consonancia de la rima.

Para un pueblo tan devoto como el mexicano no podían resultar ajenos los refranes y proverbios que explicitan su relación con la Divinidad, un vínculo en el que si bien se le reconoce preponderancia – “si se alivió, fue la Virgen; si se murió, fue el doctor”–, no reniega del mundano pragmatismo presente en el “no hay más amigo que Dios y un peso en la bolsa” o en aquel otro de “a Dios rogando y con el mazo dando”, pues saben los mexicanos (como muchos otros pueblos) que si bien “al que madruga Dios lo ayuda”, también suele suceder que “no por mucho madrugar amanece más temprano”, amén de que “para uno que madruga hay otro que no se duerme”.

El origen remoto, anónimo y popular de muchas paremias no significa que tales deudas las definan. Frases de relativa cercanía temporal cuyo linaje está inequívocamente documentado participan a la fecha de características que las semejan a proverbios y refranes centenarios por los principios que de forma concisa y coherente ponen en evidencia. “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”, sentenció sabiamente hace muchos años el presidente Porfirio Díaz para ilustrar no tanto un fatalismo geográfico como un determinismo geopolítico (y “teopolítico” cabría también decir) que condiciona aun hoy el ejercicio de la diplomacia y la nación mexicanas. Más cercana en el tiempo es la frase que Fidel Velázquez, fundador de la Confederación de Trabajadores de México, hizo popular en este país y que tantas veces se utiliza apegada a una literalidad que la despoja del contenido que la substancia: “El que se mueve no sale en la foto”, una advertencia a los jerarcas priístas de su época a no evidenciar a destiempo sus ambiciones políticas si querían evitar ser descartados para algún importante puesto de elección popular. Pronunciada originalmente por el político español Alfonso Guerra con cercano sentido, la frase cobró vida trasatlántica tal como antiguos proverbios y refranes hispanos que viajaron viento en popa en las naos de los conquistadores se acriollaron aquende los mares.

Ya que de políticos se habla, bien les vendría un curso intensivo de paremiología para que aprendan que “si hay abundancia de comida y ropa, florecerán la decencia y la virtud”, sentencia que no sólo revela mediante el uso de la metonimia ciertos adeudos éticos del México de estos días, sino también el porqué de tales débitos. Con “más vale paso que dure y no trote que canse” aprenderían asimismo que cansinos apremios sexenales que se diluyen en la nada acaban por desencantar a quienes saben que “más hace una hormiga andando que un buey echado”. Y aunque retratar la indolencia fue el sentido primigenio al que se alude con lo de “buey echado”, no deja de ser también una instantánea certera de la actitud que sin recato alguno adoptan ciertos senadores y diputados aztecas que para nada representan al ciudadano solidario y leal que se destaca en “un mexicano nunca orina sólo”, ciudadano al que sólo procuran en tiempos electorales como mismo “al nopal sólo se le arriman cuando tiene tunas”, ciudadano que cuando sea capaz de librarse del maleficio paremiológico de “lo que no es para ti, aunque te pongas; y lo que es para ti, aunque te quites”, cuando comprenda que “más vale oír claridades y no sufrir necesidades”, podrá también distanciarse del “si la cáscara es blanda, todos le meten la uña” y entender de una vez por todas que “a los atrevidos favorece la fortuna, y a los cobardes los desecha” y que “las pistolas se manejan con los dedos y se disparan con los huevos”.

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