La invasión de América y otros cuentos tristes

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Obama se ha mantenido alto en cuanto a la retórica e invisible a la hora de tomar decisiones en cuestiones migratorias.

Obama, desde su inanición en la primera legislatura, ha mantenido un perfil bajo en cuestiones migratorias. Entiéndase, alto en cuanto a la retórica, las frases, el eslogan, la pancarta, y quieto, silencioso o casi invisible a la hora de tomar decisiones.

Hasta que una piñata de niños le ha explotado entre el atril y la corbata. Lo suyo sería un caso de fallo por omisión, de querer hacerse querer a base de molestar poco, de palabrería y facilidad, lo que algunos llaman política de Estado y que supone la cínica asunción de que todo vale, incluso no cumplir nada, con tal de seguir remando. Podía haber actuado cuando tuvo las mayorías suficientes. No lo hizo. No quiso, no supo, no pudo.

Sí le reconocemos la gallardía de proteger temporalmente a los dreamers y su anuncio de que gobernará mal que bien a golpe de decreto y ley ejecutiva. Combustible de supervivencia cuando el descuartizamiento del hombre por el hombre alcanza cotas de insuperable miseria.

Peor huele la retórica de verbo dinamita y amanecer dorado que gasta la bancada Tea Party. Hubo uno que propuso expulsar a los citados dreamers; otro que acusó al gobierno de trasladar a los niños a hoteles cinco estrellas, wifi, desayuno continental, gimnasio y piscina incluidos; y otro más que insinúa la posibilidad de que la chavalería, aparte miedo, traiga en las mochilas el virus del Ébola, como si no supiéramos de requetesobra que la enfermedad nunca ha salido de África. Son estos los patriotas de barbacoa y domingo, darwinistas puros excepto para las subvenciones de una agricultura comatosa. Han encontrado en el caladero xenófobo y la trompetería creacionista su mejor sustento. Hablan de los niños descalzos con asco. Entre sus medidas figura la militarización de la frontera y volver al grito terrible de América para los americanos, herederos de quienes usaban el resto del continente como vertedero al que arrojar colillas.

Por fin la vida ha brindado a sus señorías los argumentos con que liquidar el partido Republicano, al que secretamente odian por blando o mariquita. Si por ellos fuera ajusticiarían al presidente: esta misma semana un pensador furibundo lamentó no poder lincharlo por culpa del qué dirán y otras menudencias relacionadas con el Estado de Derecho. A falta de Mónica Lewinsky que llevarse a la tele buena será la tragedia de 50.000 críos prófugos de la pistola, la mara, el tráfico de blancas, la mafia y el cementerio. Si leemos o escuchamos lo que algunos escriben y dicen creeríamos que cruza el Río Grande no una armada cautiva, una guardería acosada por coyotes, sino el equivalente contemporáneo de Atila.

Lo que callan, por cálculo, maldad o bribonería, es que de existir un efecto llamada fue provocado por la ley de 2008, aprobada con Bush en la Casa Blanca. Otorgó trato preferencial a los menores procedentes de Centroamérica al ser obvio que huían de un incendio. Cuando resulta que Bush legisló de forma compasiva, cuando el hombre de las guerras imperiales reconoció la emergencia, certificada luego por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, van los bebedores de té, borrachos de hogueras, y alertan de que América corre peligro de estrellarse por exceso de niños. Instalados en el exceso, rozando el panfleto y la humorada, anuncian la caída de Occidente por otros medios y cuentan los meses que faltan para las elecciones.

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