Obama, del “reinicio” a otra Guerra Fría

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Nadie tiene buenas palabras sobre la guerra, pero todos están dispuestos a meterse en ella.

Es posible que el presidente de EEUU, Barack Obama, entre en la historia de su país como el político que comenzó una nueva guerra fría. Así lo cree el jefe del Comité de Exteriores de la Duma Estatal, Alexéi Pushkov: "Ya todos se han olvidado de su Premio Nobel de la Paz", escribió el político  en su blog.

Es cierto que si alguien evitó que Obama pasase a la historia como el inductor de una nueva guerra fue el presidente ruso, Vladimir Putin, cuando en el último momento hizo desistir a su homólogo estadounidense de lanzar una nueva guerra en Siria. Pero ahora en Ucrania la tensión y la desconfianza acumulada durante años entre Washington y Moscú ha estallado. La anexión de Crimea, la firmeza de Putin ante el coro de críticas occidental… todo tiene un sabor a agravios pasados: la ampliación de la OTAN, las “revoluciones de colores” teledirigidas desde Occidente y el apoyo callado a la incipiente protesta en las capitales rusas. Son pendencias que salen a flote en las verdes praderas del este de Ucrania. 

Washington también da por enterrado el “reinicio” de sus relaciones con Rusia: la política armamentística de Moscú y su apoyo a dictadores “condenados” por EEUU son motivos para romper la baraja. Esta semana EEUU ha acusado formalmente a Moscú de violar el tratado de 1987 sobre misiles nucleares de mediano y corto alcance. Así lo dice el informe anual sobre el cumplimiento de tratados sobre control de armas, en el que acusó públicamente a Rusia de  violar el acuerdo bilateral sobre la no proliferación de misiles de medio alcance con capacidad nuclear. El disfraz de “villano” para Rusia hace tiempo que está confeccionado, pero se le siguen añadiendo prendas por si acaso.

Pero cada vez es más pertinente la pregunta de en qué se beneficia, por ejemplo, el ciudadano de EEUU de la presión que ejerce Washington sobre Moscú. Sobre todo en un momento en el que la cooperación con Rusia es más importante que nunca respecto a los problemas de Siria, el radicalismo islámico, el presente de Afganistán o el futuro papel de China. Tanto las élites rusas como las norteamericanas permanecen demasiado atadas al estribillo de la guerra fría, sin darse cuenta de que la música ha cambiado y hay más instrumentos que nunca sonando a la vez. Tal vez porque no hay nadie que entienda la partitura.

Sin la alternativa bélica, la paz carecería de interés. Y es el olvido de las penurias de la contienda lo que ha permitido a unos y a otros frivolidad sobre lo terrible de la guerra. La voladura controlada de la URSS creó un damero maldito que EEUU no ha sabido cómo interpretar y que Rusia sólo ha podido asimilar poco a poco: la desconfianza de Armenia y Azerbaiyán, la autocracia de Bielorrusia, el dinamismo de Estonia; el rencor de Georgia, el creciente papel de Kazajistán, la incógnita de Kirguizistán, el atlantismo antirruso de Letonia, la escarmentada Lituania, la arriesgada Moldavia, las oportunidades de Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán y la eterna encrucijada de Ucrania.

Occidente y la OTAN han cortejado activamente a la carcasa que aislaba a la URSS del exterior: Albania, Bulgaria, Croacia, República Checa, Hungría, Polonia, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Para Moscú esto ha sido una traición, y después de una traición son posibles más cosas que antes de ella.
Para el lector occidental estos nombres de países dicen poco. Pero muchos analistas dan por hecho que el objetivo final de EEUU al jugar sus piezas en estos diminutos cuadros del damero sigue siendo un cambio de régimen en Rusia.

Es mucho decir que una Ucrania próspera con un régimen democrático transparente empujaría a favor del cambio súbito en Rusia. Pero lo importante a día de hoy es que EEUU cree que será así, y no sabe gastar su tiempo en otra labor que no sea perseguir ese espejismo, que para otros observadores se antoja retorcido. Europa parece no enterarse de que la pieza que hay que cobrarse es Moscú. Por eso la ex república soviética juega un papel tan crucial en los informativos y en los despachos.

Esta semana se han cumplido cien años de una guerra que nadie esperaba en aquellas dimensiones. Su recuerdo debería servir para valorar el tiempo de paz, aunque con frecuencia sea tan fértil para los agravios.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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