La crisis deportiva de la izquierda mexicana

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Walter Ego - Sputnik Mundo
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A las perplejidades puntuales que ha dejado la reforma energética recién aprobada en México cabe sumar una más: la insolvencia propositiva de la izquierda mexicana.

A las perplejidades puntuales que ha dejado la reforma energética recién aprobada en México –la asunción por parte del Estado de los pasivos laborales de Petróleos Mexicanos (PEMEX), la obligación de ejidatarios y campesinos a negociar la explotación de hidrocarburos en sus tierras, la consecuencia real de la inversión extranjera, entre otras– cabe sumar una más, bastante alejada del “oro negro” pero de un sesgo aún más preocupante a mediano y largo plazo: la insolvencia propositiva de la izquierda mexicana.

Si bien sólo el mañana dirá si la reforma sancionada por diputados y senadores dinamizó al sector energético (y con él a la economía azteca) o significó la rendición del país al capital foráneo que postulan los detractores de la misma, el pasado inmediato –el debate en torno a las leyes secundarias de la polémica reforma– reveló las carencias de la izquierda mexicana y la reveló como un equipo de fútbol con nula defensa, poco generación de ideas en el medio campo y en el que, para colmo de males, todos quieren ser delanteros titulares; o como una novena de béisbol en la que todos se creen cuarto base y en cuya alineación aparece un veterano bateador designado, Cuauhtémoc Cárdenas, al que no pueden dejar de voltear en busca de un batazo decisivo en la novena entrada; o como un errático boxeador de mano zurda que por instrucciones provenientes de la esquina roja del cuadrilátero sólo sabe pelear a la riposta ante los “derechazos” de su contrincante.

En términos boxísticos la izquierda mexicana se parece a esos púgiles que olvidan que la pelea la gana el que más golpes marque, no el que más guantazos esquive, a esos que piensan que el favoritismo popular previo al combate vale también encima del ring y que cuando pierden aseguran que los han despojado vilmente de la victoria y culpan a los jueces de ello. De esa presunción de despojo (en tanto conjetura, en tanto engreimiento) se nutre el deseo continuo de revancha; de ella, también, la incapacidad de aprender de los errores.

Hay problemas en el vestidor de la izquierda mexicana y ello se refleja en el mal juego de conjunto, en ese eterno oponer, pero nunca proponer; en esa rigidez discursiva (que otra cosa es la coherencia política) en una época signada por los cambios, una época donde las noticias nacen al calor de las redes sociales y mueren de frío en las redacciones de prensa; de ahí que apelar al general Lázaro en tiempos del ingeniero Cuauhtémoc sea apelar torpemente al efecto placebo del cardenismo; de ahí que la nacionalización del petróleo mexicano en 1938 SEA HISTORIA y la pretendida consulta popular sobre la reforma energética ya sea historia, si se entiende la sutileza.

Alguien aseguró en cierta ocasión que “el béisbol es el único lugar en la vida donde un sacrificio es verdaderamente apreciado”. La izquierda mexicana, con sus facciones y caudillos, debiera aprender de ella ante la triste atomización (y depreciación) de su otrora potencial. Debiera aprender también de otra famosa frase deportiva, ésta del jugador de Grandes Ligas Ken Harrelson: “El béisbol es el único deporte que conozco donde estando uno a la ofensiva, el otro equipo controla la pelota”.

En ese tenor vale recordar que si en los lejanos años de su fundación, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) –que no es toda la izquierda mexicana, pero se le parece– fue una oportuna opción ofensiva ante el dilatado control de la pelota por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy su fuerza ideológica, ese bregar incesante contra la pobreza y por la justicia social como estandartes, la atención al presunto deterioro social que conllevara la aventura económica de turno –llámese rescate bancario, llámese Tratado de Libre Comercio–, su enfrentamiento al totalitarismo priista, etc., se ha debilitado grandemente no por venir a menos tales causas, sino por haberlas hecha suyas otros contendientes más ofensivos que incluso llegaron a tener el control todo de la bola por doce años consecutivos (por curiosa coincidencia la voz griega “pan”, que no alude al Partido Acción Nacional, significa “todo”).

La política, que es el arte de alcanzar y conservar el poder político (Maquiavelo dixit), es también un deporte de alto rendimiento y como tal cabe aplicarle a sus practicantes la divisa olímpica de “citius, altius, fortius” (“más rápido, más alto, más fuerte”), misma que la izquierda mexicana ha sido incapaz de replicar con éxito a pesar de lo expedito de sus reacciones contra cualquier medida de gobierno, lo encumbrado de sus aspiraciones políticas y la reciedumbre de sus manifestaciones antisistema, razones que la convierten en un deslavazado epígono de la selección mexicana de fútbol, esa a la que incluso en sus mejores versiones la gloria le resulta esquiva y a cuyos seguidores (militantes o adherentes) sólo les queda acudir una y otra vez a la mítica frase de consuelo: “jugaron (contendieron, debatieron) como nunca, perdieron como siempre”.

 

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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