La nueva Guerra Fría “congela” la solución para Siria

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El enfrentamiento entre Rusia y EEUU por el conflicto ucraniano lastra las negociaciones como un conflicto que hunde sus raíces en el trazado de fronteras de la Primera Guerra Mundial.

Aunque no se cumpliesen 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial, lo cierto es que no podría ser de más actualidad. Supuso el final de tres imperios: el ruso, el austro-húngaro y el otomano. Éste último sólo dejó dos estados nación al caer: Turquía y Persia. Y alrededor fueron apareciendo hasta 22 estados árabes con fronteras moldeadas sin ningún otro criterio que el tribal o el territorial. Las actuales tensiones internas en la zona son fruto de ese caprichoso puzzle, y la descolonización devolvió la iniciativa a una zona enredada para siempre en sus propias divisiones territoriales.

Con el nacimiento de Arabia Saudí apareció quien hoy es el principal rival de Irán por el poder en la zona, mientras EEUU aparecía detrás de cada conflicto tratando de proteger sus inabarcables intereses. Pero ha sido el sanguinario Estado Islámico quien estas semanas se ha colocado como el principal vector de los conflictos. El epílogo de la secuencia de primaveras árabes podría estar escribiéndose en los territorios de Siria e Irak, donde avanzar los yihadistas.

En la actualidad existe una ausencia de modelos democráticos en la zona, más allá de la exitosa experiencia turca. Egipto, que era una referencia en la constelación árabe, ha sufrido un retroceso con el golpe de estado y la ilegalización de los Hermanos Musulmanes. Desde Mubarak a Abdelfatah Al-Sisi, todos los gobernantes egipcios han repetido vicios similares. El más importante: querer acaparar todo el poder. Pero al mismo tiempo las sociedades de estos países son cada vez más exigentes, si acaban las primaveras árabes llegarán otros sismos, cuya forma y calibre todavía está por ver.

Lo más grave, con diferencia, está ocurriendo en Siria. Allí EEUU, un actor omnipresente en Oriente Medio, ha intervenido tarde y mal. Armó a extremistas para luego preparar una intervención militar que afortunadamente Moscú paró en el último momento, ya que hubiese dado alas a los islamistas radicales. Pero viendo el problema sirio con perspectiva, parece claro que aquella oportunidad para la paz –con la destrucción de las armas químicas sirias– dio oxígeno a Al Assad. Tal vez demasiado. Y reforzó a sus enemigos más radicales, pues los moderados se quedaron sin hoja de ruta.

Los radicales se han encaramado a la sala de control de la economía de guerra que se ha instaurado en Siria. Controlan el noroeste, una zona de importantes recursos energéticos y alimenticios. Allí, Al Nusra y el Estado Islámico son dueños y señores de todo sin aportar otra cosa que el uso de la fuerza. En esas fronteras artificiales el sentimiento de pertenencia a una etnia, una tribu, una rama del islam o un grupo armado pesan más que una bandera.

EEUU ha tardado mucho en entender que la solución a los problemas de la zona pasa por la colaboración de Irán, un punto donde la mediación de Rusia puede ser importante. Teherán es al fin y al cabo el principal apoyo de Siria en la zona, y la potencia que da la réplica a Riad. En este sentido la llegada al poder de Hasán Rouhani en Irán puede ser una baza a favor de una paz que está más cara que nunca. Hace un año EEUU estaba enfrascado en la derrota de Al Assad y la consolidación del poder en Irak. Ahora simplemente trata de que no se imponga Al Qaeda en ambos frentes.

Rusia ha demostrado tener las cosas mucho más claras respecto a Siria: su guerra civil y la tensión regional que conlleva sólo pueden solucionarse mediante un diálogo entre ambas partes sin interferencias. Moscú no quiere renunciar a su esfera de influencia en un marco territorial en el que se siente más marginado que nunca por parte de EEUU. Hubo un espacio para el entendimiento, llamado Ginebra II, que merecía la pena ser revisitado.

Pero con el bloqueo en el diálogo internacional generado por el conflicto ucraniano Assad está más seguro que nunca. Los conflictos se han superpuesto: Siria eclipsó el desencuentro por Libia y Ucrania ha dejado pequeño el pulso por el futuro sirio. Damasco ha sido el último resorte ruso contra la hegemonía de EEUU en la región, forjada especialmente con la invasión de Irak en 2003.

Siria es ahora mismo un lugar donde EEUU y Rusia pueden presionarse mutuamente: Moscú abandonando su papel como garante de la destrucción de armas químicas, y Washington volviendo a poner encima de la mesa una intervención militar. La irrupción de los guerrilleros del Estado Islámico en Irak convierte este último escenario en algo tan realista como resbaladizo. Y tanto George W. Bush como Barack Obama han patinado varias veces ya. Derrapando, sordos, hacia el desastre.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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