Lenin, un fetiche occidental en extinción

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Occidente tiene una relación complicada con los monumentos soviéticos. Por un lado existe un gusto fetichista por cualquier imagen de Lenin o incluso Stalin, que son los más buscados a la hora de elegir un elemento turístico que acompañe una fotografía para el recuerdo del viaje a la antigua URSS.

Alemania o España, dos países que mantienen una lucha por poner sus dictaduras pasadas bajo tierra hasta el punto de vetar la presencia de su simbología en las calles, con frecuencia aceptan los iconos soviéticos en camisetas y pósters como si fuese un elemento pop. Pero esta fascinación tiene una doble cara de revancha, pues con frecuencia se aplaude con regocijo el derribo de cualquiera de estas estatuas soviéticas, un hecho generosamente recogido en las noticias incluso cuando sucede ya tan tarde –más de dos décadas después de la caída de la URSS– que no significa nada.

Al margen del constructivo debate sobre si estos nombres deberían seguir adornando calles, el derribo de una figura de Lenin en Rusia o en Ucrania está lejos de simbolizar un cambio político. Pero fue celebrado como tal a principios de año en Kiev, pese a que Ucrania hace años que abrazó el capitalismo.

Volvió a ocurrir la pasada semana en Mariúpol. Un grupo de vándalos derribó un monumento erigido en honor al fundador de la Unión Soviética. Le ataron un cable al cuello y tiraron hasta hacer caer a este Lenin de ocho metros, que se rompió en pedazos al dar contra el suelo.

"No hay ni mucho menos unanimidad sobre qué hacer con los símbolos soviéticos en esta ciudad", explica un residente ocasional en la localidad, casado con una vecina de Mariúpol. La presencia de la escultura puede ser pertinente o no, pero nadie puede decir que no tenga ninguna base: está situada en una calle bautizada con el nombre del líder de la revolución rusa. Pero hay muchos vecinos que recuerdan todavía los tiempos en los que ese Lenin no les miraba cada mañana al pasar. Al fin y al cabo la estatua no se inauguró hasta 1987, con motivo del 117 cumpleaños del líder revolucionario.

Apenas existen casos en los que los propios ciudadanos españoles, por poner un ejemplo, hayan derribado una estatua de un general Franco por la fuerza. La rebelión no va más allá de la recogida de firmas, el debate en el ayuntamiento o como mucho la pintada vandálica. Pero ante la caída de una estatua de Lenin –junto a la cual muchos se hubiesen fotografiado sonrientes– la opinión pública occidental suele asentir como diciendo: ya era hora.

Ucrania lleva desde diciembre quitando monumentos de Lenin por la fuerza. En ese mes empezaron las protestas callejeras más fuertes contra el entonces presidente ucraniano, Víctor Yanukóvich. La mecha de la cadena de derribos la encendió el derribo del mencionado Lenin de Kiev, que fue “rematado” en el suelo con ayuda de martillos. En medio de la confusión, piezas de aquel monumento aparecieron en internet ofreciéndose en subasta. En el caso de Mariúpol, la policía ha abierto una investigación por vandalismo.

Durante el fin de semana el diputado ucraniano y líder del ultranacionalista Partido Radical, Oleg Liashko, se presentó junto a un grupo de seguidores en la ciudad ucraniana de Severodonetsk, ya dentro del territorio de la autoproclamada República Popular de Lugansk. Allí derribaron con ayuda de un tractor otra estatua de Lenin. Suma y sigue, una estatua de Vladímir Lenin fue derribada en la noche del domingo al lunes en la ciudad de Pavlograd.

Los que esperen que desde Europa alguien condene la destrucción ilegal –o por lo menos “alegal”– del patrimonio histórico de estas ciudades pueden aguardar sentados.

Queda el reverso de la moneda: la nostalgia más allá de la norma que brota en algunos rincones, tocados en su día por el “poder rojo”. En Cuba ha abierto un restaurante llamado Nazdarovie, un nombre que es un guiño al clásico brindis ruso. De estética retro o soviética, tiene el menú en ruso –pero escrito en alfabeto latino, para que todos puedan pronunciarlo– y evoca la intimidad histórica que ambos regímenes tuvieron en su momento.

En Mariúpol el McDonald's de la ciudad está cerrado desde hace meses. Una venganza de la historia por la manía de cobrarse piezas soviéticas que llevan décadas fuera del tablero.

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