Diez años que estremecieron al mundo

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La historia del siglo XX fue, en esencia, el relato de la colisión de dos ideologías encontradas, dos sistemas sociales: el capitalismo y el comunismo.

El siglo XIX tuvo más de cien años (128 para ser exactos: de 1789 a 1917, de la Toma de la Bastilla a la abdicación del zar Nicolás II); el XX, en cambio, apenas si duró 72: de 1917 a 1989, de la Revolución de Octubre al derribo del Muro de Berlín, del nacimiento a la caída de casi todo el mundo comunista. (Por una curiosa coincidencia, la suma de estos siglos “anómalos” es de doscientos años, la de dos siglos “normales”).

Sin embargo, poco importa la corta duración del siglo XX: sus memorias bien pueden resumirse en tan sólo una década, la de los sesentas, que al igual que el “aleph” borgiano, “espejo y centro de todas las cosas”, compendió en esos diez años proteicos no sólo la naturaleza de la pasada centuria: bosquejó además el rostro imberbe de estos años princiseculares.

La historia del siglo XX fue, en esencia, el relato de la colisión de dos ideologías encontradas, dos sistemas sociales: el capitalismo y el comunismo. Y si bien poco después del fin de la II Guerra Mundial aquel enfrentamiento se extendió a otros ámbitos, origen de la llamada Guerra Fría, fue en la década de los sesentas que esa gélida rivalidad tuvo su epifanía.

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La llamada Crisis de los Misiles, Crisis del Caribe o Crisis de Octubre, llevó hasta sus límites la hostilidad entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), epígonos ideológicos de un mundo bipolar que estuvieron a punto de dirimir su diferendo de la peor forma posible: una guerra nuclear. El conflicto, que la diplomacia pudo desarticular, aclaró definitivamente quiénes eran los actores principales del drama político del siglo XX y quiénes meros figurantes que le abonaban a la complicación de la trama pero no a su solución. A la fecha, el ascenso de Rusia como potencia mundial devuelve al ajedrez político las piezas escamoteadas tras la desintegración de la Unión Soviética.

El ADN ruso-americano de aquellos diez años que estremecieron al mundo se puede rastrear no sólo en sus intervenciones directas en enfrentamientos fuera de sus fronteras como la guerra de Vietnam o la invasión de Checoslovaquia, sino en sus posicionamientos divergentes ante conflictos como el árabe-israelí, otro de esos momentos viscerales del siglo pasado que conoció en los sesentas su revelación mejor.

Del 5 al 10 de junio de 1967 tuvo lugar la llamada Guerra de los Seis Días, un capítulo decisivo del drama iniciado en 1948 con el nacimiento de Israel como estado. Todo lo sucedido después –Guerra de Yom Kipur, los acuerdos de Camp David, la Intifada palestina, el recién concluido conflicto entre Hamás e Israel– lleva la marca indeleble de aquellas seis jornadas de junio que definieron la geopolítica de la región y engendraron un antisemitismo de nuevo cuño que a nivel internacional se tradujo en las muchas resoluciones aprobadas en contra del estado judío por parte de la misma Organización de Naciones Unidas (ONU) que impulsó su controversial creación.

Los sesentas fueron también el trasfondo de la competencia espacial entre la URSS y EEUU, una extraña simbiosis de avances tecnológicos potencialmente mortíferos puestos al servicio de la conquista del cosmos. La puesta en órbita por los soviéticos del primer satélite artificial de la Tierra, el Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957, apenas si fue el balbuceo de un empeño mayor: llevar al ser humano al espacio bajo la premisa establecida por el científico ruso y padre de la cosmonáutica, Konstantín Tsiolkovski: “la Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no se puede vivir en una cuna para siempre”. Ese empeño llevaría a Yuri Gagarin a orbitar el planeta en 1962, a Alexei Leonov y a Edward White a dar sendos paseos espaciales en 1965 y a Neil Armstrong a dejar impreso su paso pequeño para un hombre pero gigantesco para la Humanidad en el polvo lunar de 1969.

La aventura cósmica de la raza humana se ha diversificado desde entonces con la presencia de otras naciones y ha conocido de significativos avances tecnológicos, pero en esencia mantiene su componente cívico-militar y tan sólo ha replicado a otras escalas aquellos memorables hitos de los sesentas.

Paz y Amor

Con el rock and roll como banda sonora, los sesentas configuraron la cultura pop tal como hoy se conoce. Los ídolos generacionales, los conciertos multitudinarios, los festivales masivos, la mercadotecnia extra musical, “los 15 minutos de fama”, etc., se forjaron en aquellos años que obraron como un revulsivo en múltiples ámbitos, entre ellos el feminismo, que si bien tiene raíces profundas en la historia, es un fenómeno social del siglo XX con su lucha por el derecho al voto de la mujer. Su “segunda ola”, iniciada en los míticos sesentas, fue la que expandió sus orillas y lo entronizó en el imaginario del siglo con la minifalda de Mary Quant. De hecho, el feminismo actual es básicamente la respuesta a las carencias de la efervescencia sesentera, de donde también se nutren las microfaldas de hoy.

Los sesentas fueron también los años del ascenso del pacifismo como ideología enfrentada al galopante belicismo del siglo XX. En Estados Unidos, la oposición a la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles encarnaron la certidumbre de que la no violencia, la objeción de conciencia y la desobediencia civil resultaban eficaces instrumentos de lucha. La expresión musical de esa ideología tuvo lugar del 15 al 18 de agosto de 1969 en una granja de Bethel (condado de Sullivan, estado de Nueva York), que acogió al espectáculo más trascendente de la historia del rock: el Festival de Woodstock. Fueron tres días de “paz y música” a la que asistieron cerca de “medio millón de personas y ninguna quería apuñalar a otra”, según la acertada definición de Grace Slick, la vocalista de “Jefferson Airplane”, uno de los grupos participantes.

Woodstock fue asimismo otro hito en ese cambio generacional y social que significaron los sesentas, cambio encarnado decisivamente en un solo año, 1968, testigo del auge y fortaleza del movimiento estudiantil (de las revueltas del mayo francés a la matanza de Tlatelolco en México), y en una sola foto, la del “Che” Guevara tomada por Alberto Korda, imagen que encarnó a su vez el poder icónico y mediático de toda una década, cuyo último año, 1970, alcanzó a fijar en un sola fecha no sólo el fin de una era sino también –como muchos años después la caída de un muro– el final de muchos sueños: el 10 de abril Paul McCartney anunció al mundo la separación de Los Beatles, un grupo que no marcó a los sesentas pues con su música transgresora, su indócil protagonismo juvenil y sus perseverantes llamados a la paz y al amor “ellos fueron los sesentas”.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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