Gotham de brazos abiertos

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En los últimos días la Gotham de Washington Irving ha saludado a los niños que corren solos bajo los tilos del Río Grande. La ciudad del exilio nació bajo el signo del viaje, con una estatua que recibe a los mendigos y un puerto donde acoger a los parias del mundo.

Esa pasión, más incluso que el comercio, fue lo que incardinó a la princesa de los rascacielos, patria de Francis Scott Fitzgerald, en las sístoles del mundo. Los críos de cualquier país crecimos embobados por las imágenes de los barrios italianos y judíos, rusos y alemanes, irlandeses y latinos, por las películas de Scorsese y Woody Allen, por las canciones de Lou Reed, los libros de Norman Mailer y las trompetas desatadas de Fania.

La realidad se ha convertido en un caos digital y muchos peatones vagan sin mapa, embrutecidos por la multiplicación de spots y barbarie, pero nada erosiona la primacía neoyorquina en nuestro imaginario sentimental. 

Nueva York recibió hasta 1,2 millones de inmigrantes al año a principios del XX. Vuelve a brillar tras sufrir el golpe mortal del terrorismo del 11-S,  luego de décadas malditas por la quiebra de la manufactura, una deuda rabiosa y los planes antiurbanistas del Robert Moses viejo, resuelto a trazar autopistas en el bajo Manhattan y responsable de la destrucción del South Bronx.

El espíritu cosmopolita de la Gran Manzana siempre molestó a algunos de los habitantes del Cinturón de la Biblia y las Grandes Praderas, que consideraban a la Costa Este una babilonia sin dios; consagrada al mestizaje y dinero, la herejía y el arte; colonizada por librepensadores, mariquitas, raros de todo pelaje y extranjeros de colores exóticos.  

Hijos de mil sangres, celebramos la decisión del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, para “conectar a estos niños tan vulnerables con los servicios educativos, sociales y sanitarios de la ciudad, y así ayudar a que nuestras familias y comunidades ganen estabilidad”.

Un empeño histórico, enemistado con el cálculo electoral, necesario. Así como algunos agitan el fantoche del miedo contra quien llega descalzo, el alcalde se ha comprometido a socorrer al refugiado, al huérfano, al niño entre coyotes y al peregrino de todas las guerras, violencias y masacres. Bien hecho, pues no otro es el evangelio neoyorquino.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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