Los nuevos retos de la socialdemocracia sueca

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Luis Alberto Rivas - Sputnik Mundo
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Margot Wallström no podía soñar un mejor golpe de comunicación. La recién nombrada ministra de Exteriores de Suecia acapara la prensa internacional después de que el nuevo gobierno roji-verde sorprendiera con el anuncio de que reconocerá al Estado Palestino.

Antigua comisaria de comunicación en Bruselas, Walldström no obtuvo en años éxito alguno en su empeño por "vender" al mundo la Unión Europea.

Reaccionar con orgullo patrio a las críticas de Israel y airear  su independencia hacia Estados Unidos es más sencillo que convencer a los europeos de los beneficios de la integración.

El gabinete de socialdemócratas y ecologistas juega la carta exterior para entrar en la escena internacional por la puerta principal. Pero habría que ver si los suecos tenían esa decisión entre sus prioridades.

La decisión del  nuevo primer ministro sueco, Stefan Löfven, mantendrá por un tiempo en la sombra los problemas concretos que él mismo enumeró en su discurso de investidura: aumento del paro, deterioro de la educación y la sanidad…Cuando el "efecto palestino" pase, el nuevo gabinete volverá a la realidad nacional.

Löfven, exsoldador y sindicalista sin gran experiencia política, ha compuesto un gobierno con la ayuda de los Verdes.

Volver al paraíso social

En lo que los integrantes de la coalición parecen estar de acuerdo es en intentar recomponer los cimientos del modelo social sueco, un tanto desvencijado en los últimos tiempos, y no solo por la acción de la coalición centro-derechista en el poder los últimos ocho años.

El exjefe de gobierno Fredrik Reinfeldt mantuvo una economía en crecimiento, mientras sus vecinos europeos del norte y del sur peleaban por presentar unas décimas positivas en sus cifras económicas. Reinfeldt incluso bajó los impuestos, el sueño imposible de muchos de sus homólogos.  Pero sus experimentos con la educación concertada (no pública al cien por cien) y con una cierta privatización de la sanidad y el cuidado a los ancianos han puesto en rojo la alarma de los suecos por el "welfare state", el Estado del bienestar que persiste como foco de nostalgia en la mente de muchos.

Pero sería muy simple resumir así las razones de la derrota del bloque de centro-izquierda.

Su pérdida de votos también se debió a que muchos ciudadanos optaron por apoyar al Partido de los Demócratas Suecos, formación que se opone a la generosísima política de inmigración.

"Los Demócratas" han doblado su adhesión popular con respecto a 2010 y se unen al grupo de partidos europeos que algunos tildan  de populistas, cuando no de xenófobos o incluso de fascistas.

Multiculturalismo en entredicho

Descalificar a los "demócratas" no servirá para ocultar los problemas que afronta la sociedad sueca y que otras formaciones intentan maquillar o, simplemente, ignorar.

De los 9.500.000 suecos, más de un 15% son de origen extranjero. Pero si esa política generosa funcionó sin graves problemas hasta  los 90, el modelo sueco de acogida no parece soportable en tiempos de crisis económica, por mucho  que la buena voluntad  se empeñe.

La mayoría de las personas admitidas en los últimos años en Suecia son musulmanes. Para muchos de esos inmigrantes, el choque con una sociedad abierta y liberal como la sueca es difìcil de asimilar. Al tiempo, el gran número de extranjeros admitidos en el país pasa a engrosar el ejército de subvencionados por el Estado del bienestar sufragado por el ingreso menguante de los impuestos.

Los nuevos ciudadanos suecos encuentran vivienda social en los barrios alejados del centro, lejos de la vitrina que la sociedad sueca ofrece al visitante ocasional.

Inevitablemente, el paro, la marginalidad, la delincuencia y la acción del islamismo radical que actúa libremente en esos guetos lleva a una minoría de inmigrantes a ensuciar la imagen de una mayoría que solo quiere instalarse e integrarse en su nuevo país.

Pero en la Suecia multicultural y acogedora es casi un delito decir que una parte de la inmigración crea problemas; es políticamente incorrecto afirmar que muchos inmigrados musulmanes rechazan el modo de vida occidental y pretenden imponer la sharía en barrios en los que la propia policía teme entrar. Pero el temor de la policía no es físico, sino que responde a la preocupación de ser tachada de racista si se extralimita en sus acciones.

Los disturbios que tuvieron lugar en mayo de 2013 en varias ciudades suecas ayudaron a muchos a despertar del sueño ingenuo del paraíso social sueco. Como otros países de Europa, Suecia tiene que hacer frente a una parte de sus ciudadanos, de origen extranjero, que rechazan el modelo que les ha permitido huir de las dictaduras o de la pobreza. El contagio del islamismo ha agudizado el problema.

El Partido de los Demócratas Suecos, tercera fuerza electoral del país, tiene sus raíces en la extrema derecha que coqueteaba con ciertos sectores veneradores de la cruz gamada. Pero, también como en otros países europeos, ha sabido"desdemonizarse" y recibir el apoyo de muchos suecos hartos de una generosidad mal correspondida.

Según muestran las estadísticas, los "Demócratas" han restado votos no solo a la derecha, sino también al centro-izquierda, y han recogido la adhesión en  zonas rurales, entre los parados y, sorpresa, entre muchos militantes sindicales.

Culpar a una minoría de suecos de racismo es tan estúpido como culpar  a todos los inmigrantes árabes o musulmanes de oponerse a la integración en la sociedad sueca. Pero seguir adoptando la política del avestruz en estos tiempos tampoco va a a ayudar a solucionar un problema que el multicuturalismo ha puesto en evidencia.

Stefan Lovfen ha formado un gobierno en el que ha querido reflejar que Suecia es una sociedad abierta y diversa. Hay dos ministros nacidos en Turquía, otra, en Bosnia, otra es hija de padre gambiano y un quinto es de origen iraní.

Muy bonito de cara a la galería, pero insuficiente para hacer frente al doble desafío de mantener vivo el sueño del paraiso social nórdico y mantener a raya a los que lo quieren destruir, al tiempo que se benefician de él.

*Luis Rivas, periodista. Ex corresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

 

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