El poeta de la salsa: Rubén Blades clausura el FIC

© Foto : Walter EgoRubén Blades
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Yo, soy el cantante
Muy popular donde quiera
Pero cuando el show se acaba
Soy otro humano cualquiera

“El cantante”, Rubén Blades

Con la presentación del salsero panameño Rubén Blades concluyó el domingo 26 de octubre la edición 42 del Festival Internacional Cervantino (FIC). Para una fiesta entristecida por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, en Guerrero, no pudo haber mejor clausura que la presentación de un artista que llevó la política a un terreno insospechado: el de la música bailable.

La presentación de Blades en el FIC fue un repaso a una obra musical tan extensa como diversa, marcada, no obstante, por una coherencia cardinal: aquella que se vertebra en torno a la disconformidad del artista con las sinrazones del mundo al que le canta. Desde su debut discográfico con “De Panamá a New York” (1969) hasta “Cantares del Subdesarrollo” (2009), las canciones del panameño son la expresión mejor de un hombre para quien la justicia y el compromiso social no constituyen discursos circunstanciales sino parte esencial de su obra creativa y de su proyección política.

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La coherencia política no le ha impedido a Rubén Blades la asunción de riesgos artísticos como la musicalización de cuentos de Gabriel García Márquez en el disco “Agua de luna” (1987). Antes de cantar en el FIC “Ojos de perro azul”, recordó con humor que aquel disco obró el milagro de poner de acuerdo al público que bailaba sus temas y a quienes se interesaban mayormente por las letras de sus canciones, pues ambas facciones compartieron, por razones en apariencia opuestas, parejo rechazo al disco. No entendieron los primeros que la salsa podía evitar, sin desnaturalizarse, el verso fácil y el estribillo pegajoso; no entendieron los segundos que la buena literatura y la música bailable no son predios excluyentes. La pertinencia de aquella osadía musical la había zanjado desde años antes de la consumación del disco el propio García Márquez, cuando confesó que “nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navaja”, un reconocimiento de raigambre similar al expresado alguna vez por el mexicano Carlos Fuentes para quien “las canciones de Blades son cuentos cortos”.

Quizás por esa vocación de trascendencia presente en toda buena literatura, a pesar de los años transcurridos las canciones de Blades parecen escritas en (para) estos tiempos. Las circunstancias cambian, los pesares son los mismos. De ahí la emociones desatadas por el panameño al cantar aquello de “¿Adónde van los desaparecidos? / Busca en el agua y en los matorrales / ¿Y por qué es que se desaparecen? / Porque no todos somos iguales” mientras en la pantalla al fondo se mostraban las fotos de los 43 normalistas de Ayotzinapa; o al recordar, antes de iniciar la historia Ligia Elena –“la cándida niña de la sociedad” que se fugó “con un trompetista de la vecindad”–, que taras sociales como el racismo siguen vigentes en este siglo; o el altísono “¡Presente!” coral en ese llamado a la unidad latinoamericana que supone la coda final de “Plástico”, un tema de perenne actualidad mientras la intrascendencia sea costumbre y ellos se la pasen “pensando solo en dinero” y ellas “en la moda en París”; o la evocación con “El padre Antonio y el monaguillo Andrés” de aquellos curas que apostaron por ayudar a los pobres no sólo desde el púlpito –“llegó a la selva sin la esperanza de ser Obispo, y entre el calor y entre los mosquitos habló de Cristo”– y pagaron con su vida por ello.

Pero no olvidó Blades que el FIC es “la fiesta del espíritu” y que los asistentes a la clausura “vinieron a divertirse / y pagaron en la puerta” como escribiera en “El cantante, un tema compuesto para su amigo Héctor Lavoe, a quien recordó en un momento del concierto. De ahí que no faltaran melodías como “Buscando guayaba”, “Decisiones”, “Te están buscado” o esa notable crónica urbana que es, quizás, su canción más conocida: “Pedro Navaja”, temas donde el goce del baile no afecta el disfrute de las historias que cuentan.

Fueron casi tres horas las que Blades se prodigó ante un público que se le rindió desde el primero hasta el último de los temas que interpretó acompañado por la orquesta de Roberto Delgado, tres horas en las que su histrionismo sobre el escenario (la actuación no es el menor de sus talentos) y la reciedumbre de su voz habrían hecho olvidar sus 66 años si el mismo no hubiese recordado con sorna que cuando se inició en el negocio de la música buena parte del público presente no había nacido aún, o cuando le reconoció a una bella joven apostada en primera fila que “tengo zapatos más viejos que tú”; tres horas, en fin, en que una verdadera leyenda de la música latina, “muy popular donde quiera” (no un volátil ídolo generacional), aun antes de que acabara el show se mostró, sin poses ni afectaciones, como “otro humano cualquiera”.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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