El doctor Mireles: tema del traidor y del héroe

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En unos pocos días el doctor José Manuel Mireles Valverde, el encarcelado líder de las fuerzas de autodefensas en Michoacán, al parecer saldrá libre.

“Desgraciado el país que necesita héroes”

Bertolt Brecht

En unos pocos días el doctor José Manuel Mireles Valverde, el encarcelado líder de las fuerzas de autodefensas en Michoacán, al parecer saldrá libre. Los abogados que lo defendían aseguran –y por ello renunciaron a representarlo– que aceptó pactar con las autoridades federales a cambio de su libertad; el comisionado para la Seguridad y Desarrollo integral de Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes, niega tal entendimiento.

Detenido el 27 de junio de 2014 por los presuntos delitos de posesión de drogas y portación de armas de uso exclusivo del ejército, el encierro del doctor Mireles, cirujano de profesión, es la paradójica prueba de la ineptitud de un estado de derecho para hacer cumplir la ley. Su “delito”, ciertamente, es de “portación”, pero no de las armas que por meses cargó sin ser molestado, sino de significado.

Al apostar el Estado por la legitimización de unas fuerzas ciudadanas armadas que antes de ello ya habían logrado un sensible abatimiento de los índices delictivos en la zona donde operaban y encarcelar poco después a quien era sin dudas el más notable y carismático de sus líderes, envió señales contradictorias que apuntalaron la desconfianza de la ciudadanía sobre su actuar en Michoacán, más aún cuando hasta la fecha las fuerzas de seguridad han sido incapaces de capturar al líder del cártel de Los Caballeros Templarios Servando Gómez Martínez, alias “La Tuta”, cuyas redes de connivencia, que lo han convertido en un elusivo fugitivo, sólo pueden ser desarticuladas a partir de una comprensión de las mismas que acaso sólo posean aquellos que –como el doctor Mireles– de víctimas inertes se erigieron en peligrosos defensores de su propio bienestar.

El doctor Mireles ciertamente es un “peligro”, pero no para una sociedad cuya defensa asumió en apego a la sentencia de “nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien” (Asimov, dixit). Ello explica la conducta puntual de un hombre que cansado de “los abusos, violaciones, ejecuciones, secuestros, extorsiones” de la delincuencia organizada” hizo de lo justo ley y se convirtió en uno de los fundadores de las fuerzas de autodefensas en Michoacán y en un peligro potencial para unas autoridades que terminaron por  encarcelarlo. “Sumo derecho, suma injusticia”, había advertido ya Cicerón.

De ahí que poco importe si su eventual liberación sea el resultado (o no) de un pacto. Mireles no es el héroe para el mármol en que muchos quisieron transformarlo y que México no precisa (más que héroes, lo que el país necesita es una ciudadanía concientizada que no se encandile con los fulgores fatuos del mesías de estación); tampoco es el traidor deleznable en que supuestamente lo quieren convertir. Mireles, y ello no lo podrá cambiar nada, es el símbolo –en tanto “representación perceptible de una idea”– de una ciudadanía cansada de la “cotidianización” de la violencia y del descrédito de unas autoridades narcotizadas –por adormecidas, coludidas, y en ocasiones, como lo demostraron tristemente los hechos de Iguala, mimetizadas con la delincuencia organizada– que le apostaron a cercenar una por una las siete cabezas de la hidra en flagrante olvido de la capacidad regenerativa que tanto el monstruo mitológico como el del narcotráfico poseen.

“No queremos ser líderes, ni queremos ser caudillos, pero tampoco queremos ser mártires; lo que pasa es que todos los que estamos en esta lucha somos sobrevivientes del crimen organizado, somos gente a la que le devastaron familias enteras”, comentó alguna vez el doctor Mireles para explicar el porqué de su actuar. Es por ello que desde la cárcel o el exilio –una de las condiciones establecidas para su liberación en el hipotético pacto con el gobierno–, desde la beligerancia o el silencio, desde el pedestal o el olvido, el doctor que cambió el bisturí por las armas para drenar los abscesos de un corpus social infecto seguirá siendo la personificación de una posibilidad otra hasta que “el imperio de la ley nos garantice la vida, los bienes y el desarrollo”, un símbolo que habrá de recordarnos siempre, como también escribiera Brecht, que

Cuando los que luchan contra la injusticia
están vencidos,
no por eso tiene razón
la injusticia.

Nuestras derrotas
lo único que demuestran
es que somos pocos
los que luchan contra la infamia.

Y de los espectadores, esperamos
que al menos se sientan avergonzados

 

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