Tras la muerte de Muamar Gadafi, durante el asalto a Sirte, el pasado 20 de octubre, la revolución Libia entra en una nueva fase donde las partes implicadas comienzan la lucha por el poder, la reconstrucción de un estado sin instituciones públicas y el control de su petróleo.
El Consejo Nacional de Transición (CNT), la máxima autoridad libia reconocida en Occidente, ya anunció la completa liberación del país todavía sin informar sobre las pérdidas humanas que costó la toma de Sirte, donde por lo visto, resistieron hasta el final las tropas leales a Gadafi.
Como regalo para la población, el CTN anunció que futuro de Libia estará estrechamente vinculado con el Sharía, o ley tradicional islámica y como demostración de esas intenciones, anuló una ley de Gadafi que prohibía la poligamia.
A primera vista, un jarro de agua fría para aquellos que pensaban que en el territorio de la Libia tras Gadafi puede aparecer un estado laico con una democracia de corte occidental.
Según anunció el CNT, en los próximos ocho meses debe formarse una Asamblea Nacional que a su vez, designará a un comité cargado de redactar una nueva Constitución, y organizará elecciones generales en un plazo máximo de un año.
Pero expertos rusos consideran que la formación de la Asamblea Nacional puede fracasar mientras no se solucionen problemas más urgentes que afectan a toda la población de Libia tras casi ocho meses de guerra civil.
La mayor parte de las ciudades libias tienen problemas de suministro regular de alimentos, agua potable, electricidad y combustible.
Corresponsales de medios de prensa rusos en Libia informan que la infraestructura de las ciudades quedó prácticamente destruida, en la mayoría de los hospitales escasean los medicamentos y existe el peligro de epidemias por los cadáveres insepultos, la acumulación de basura y aguas negras.
El gran escolló es que la distribución eficaz de la ayuda humanitaria y los recursos para el restablecimiento de las ciudades depende de la capacidad del CTN de negociar con las diferentes fuerzas políticas triunfantes que ya presentan serias discrepancias.
Los jefes de los clanes tribales, los líderes islamistas, la disidencia en el exilio, los descendientes de la familia real y hasta las tribus que hasta el último momento apoyaron a Gadafi reclaman el derecho de controlar los recursos destinados a la reconstrucción, concientes de que esta manera, reforzarán su autoridad entre la población a la hora de que sean convocada a las urnas.
Y el ajuste de cuentas y la revancha entre las fuerzas políticas en Libia ya empezó, sobre todo contra aquellos líderes del CTN que hasta hace un poco más de un año pertenecían a la élite gobernante dominada por Gadafi.
Al menos esa es la interpretación que hacen algunos expertos rusos a las recientes informaciones de que Gadafi logró sacar del país al menos 200.000 millones de dólares y que las nuevas autoridades se encargán de establecer en donde están escondidos esos dólares para devolverlos a la nación.
Vale la pena destacar que los recién denunciados 200 mil millones no forman parte de los centenares de miles de millones dólares que supuestamente Gadafi y miembros de su familia depositaron durante años en cuentas en bancos extranjeros y que fueron congeladas tras los primeros meses de la revolución.
Según expertos rusos la búsqueda de esos fondos servirá de pretexto para desplazar del poder a los actuales dirigentes del CTN comprometidos por haber formado parte del gobierno de Gadafi.
Esos dirigentes pueden ser acusados de estar implicados en cualquier tipo de delito supuestamente cometido durante el gobierno anterior.
Pero expertos militares rusos citados por la prensa moscovita destacan que esas intrigas políticas son un juego de de niños en comparación al agudo problema de seguridad que ahora afronta toda sin excepción la sociedad libia.
Los ajustes de cuentas, venganzas de sangre, saqueo y delincuencia común durante muchos meses será un elemento desestabilizador porque no existe un control sobre una cantidad todavía desconocida de agrupaciones armadas que en vehículos se movilizan imponiendo su orden en todas las poblaciones libias.
El desarme y disolución de esas agrupaciones armadas mediante su incorporación al ejercito regular, la policía y otras instituciones de orden público supone una tarea prioritaria y difícil más que todo porque ahora en Libia en condiciones cuando la economía no funciona, el gran negocio es la tenencia de armas.
Filtraciones a la prensa de los servicios secretos de Turquía, Israel, Irán, indican que actualmente Libia se ha convertido en el principal centro del mercado negro de armamento en la zona de África y Oriente Medio.
Según esas fuentes, en Bengasi y Trípoli ya operan representantes de los carteles de venta ilegal de armas y un verdadero ejercito de intermediarios en capacidad de tramitar la venta de armas para tropas y piezas de artillería para cualquier comprador, bien sean partidos políticos de oposición o agrupaciones terroristas.
El gran problema es que las nuevas autoridades libias por su cuenta no podrán solucionar el problema de las agrupaciones armadas y el contrabando de armas en la región sin ayuda exterior.
Pero por lo visto, la mayoría de los gobiernos occidentales una vez muerto Gadafi, perdieron todo interés por el futuro del pueblo libio.
La OTAN ya anunció el fin de su misión en Libia y el Consejo de Seguridad de la ONU no abordará el problema hasta que la violencia en el territorio libio no alcance dimensiones alarmantes.
Además, como indican ciertos observadores rusos, la transformación de Libia en un mercado incontrolado de armas conviene a algunos gobiernos europeos en sus planes de propagar las revoluciones en otros países como Siria.
En estas circunstancias, las posibilidades de un acuerdo nacional son muy escasas y en consecuencia, habrá que aplazar las aspiraciones de una vida tranquila y próspera que tanto sueña la población de Libia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENRE CON LA DE RIA NOVOSTI
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